Desde pequeños nos hemos acostumbrado a ser valorados por las notas que nos daban en el colegio cada trimestre. Recibíamos una alabanza o una regañina según los números altos o bajos que había en aquel informe. Así nos construimos la idea de cómo es nuestra inteligencia.
El sistema para evaluar nuestro conocimiento no ha variado, salvo que ahora lo hemos cambiado por letras, por caras sonrientes o tristes o por un número de estrellas, dependiendo de la edad del alumno. Sin embargo, el hecho es el mismo: la necesidad de cuantificar la inteligencia, de medir el conocimiento de cada uno y de otorgarle un grado. Ya sea progresa adecuadamente, notable o excelente. Cuando pregunto en el instituto a los jóvenes qué les gustaría conseguir este año, el 90 % responde: “sacar buenas notas” o “aprobarlo todo”. Asocian su éxito y su valía al hecho de obtener buenos resultados académicos. ¿Y si esto no ocurre? Ven mermada su autoestima y su valor, porque en el contexto escolar valen los que obtienen resultados altos, en el contexto familiar te van a felicitar y te van a obsequiar con regalos, si las notas son buenas, e incluso, te vas a sentir más querido si has cumplido con “el único deber que te exigen los padres”.
Pero, en realidad, ¿qué miden las notas escolares? ¿La inteligencia de cada persona o tan solo diez materias escogidas por un sistema heredado del método prusiano? ¿Y cómo se mide? ¿Con unas pruebas y exámenes iguales para todos? Como dice Ken Robinson, hemos puesto el foco en medir la inteligencia en lugar de incidir en cómo somos inteligentes.
Según la teoria de las inteligencias múltiples del psicólogo Howard Gardner existen nueve inteligencias que combinadas entre ellas, ya que cada uno de nosotros posee desarrolladas dos o tres, dan lugar a un infinito de posibilidades de inteligencia. En lugar de indagar, de fortalecer y de extraer las inteligencias que cada uno de nosotros lleva incorporada, el sistema educativo se basa en diez materias que obvian muchas destrezas y habilidades y, obviando esto, lleva al fracaso a miles de jóvenes.
Pongamos algunos ejemplos. Un joven que tenga inteligencia cinética corporal, es decir que sepa hacer cosas con su cuerpo y sus manos, y que también tenga inteligencia musical, difícilmente va a ser valorado, ya que estas capacidades tienen muy poca representación en el currículum actual.
Me viene a la mente el caso de un niño que en clase se pasaba el rato desmontando bolígrafos y volviéndolos a montar. Colocaba todos los elementos con mimo encima de la mesa y después lo volvía a engarzar todo de manera perfecta. Así todos los días, sus manos no podían parar. A menudo se le expulsaba de clase y sacaba notas mediocres. Hoy estudia ingeniería. ¿Y los niños que se pasan la clase tamborileando con el lápiz y las manos en la mesa como si tuvieran delante una batería o un teclado? Quizás están expresando su inteligencia musical ¿Y el que no puede dejar de dibujar? Puede que tenga inteligencia espacial ¿Y el que se mueve sin cesar en la silla, pide ir al lavabo a cada hora o se levanta con la excusa de tirar algo en la papelera porque necesita moverse?Es probable que no pueda reprimir su inteligencia cinético corporal Cualquier profesor que lea esto, sabe que en todas las clases hay alumnos que expresan a diario cuál es su inteligencia, porque su cuerpo y su instinto se manifiesta. ¿Qué hacemos los profesores? ,al menos yo confieso con tristeza que lo he hecho, pues llamarles la atención y decirles que lo dejen de hacer porque no están escuchando lo que estás explicando en clase, porque están molestando, que ya pintarán o tocarán música en otro momento, que ahora hay que estar por lo importante, que si no, no aprobarán la asignatura. ¿Os suena esta cantinela? Aunque formo parte del sistema educativo desde hace 20 años, ahora soy consciente de lo que estamos haciendo con la inteligencia y la creatividad. Matarla. Sí, sin duda esto es un hecho que sucede a diario en los centros escolares y, aunque la educación está cambiando, queda mucho por hacer.
Los informes de notas no reflejan en qué somos inteligentes, tan solo evalúan de una manera muy concreta unas habilidades determinadas. Si tus capacidades no están evaluadas en ese informe, de ninguna manera puede reflejar ni en qué grado ni en qué manera eres inteligente. Por eso, tú no eres tus notas. Todos somos un cúmulo de habilidades, capacidades y talentos que difícilmente se pueden etiquetar con un número o con unas letras.
Jóvenes, padres, educadores y gobiernos debemos ser conscientes de ello para responsabilizarnos de la tarea que nos incumbe a cada uno. Los jóvenes para descubrir quienes son, más allá de sus notas. Los padres para aceptar, apoyar e incentivar lo que sus hijos son, los educadores para cultivar y acompañar los diamantes en bruto que tienen en las aulas. Los gobiernos para invertir en educación y ofrecer un sistema que permita una educación más individualizada, centrada en el ser humano.
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